POMPEO
BOGGIO, PINTOR DE LA QUEBRADA DE HUMAHUACA
Por Domingo
Zerpa
Un pintor:
Pompeo Boggio es el que mejor se ha acercado al paisaje de Humahuaca.
Una de sus
más célebres telas premiada en California en 1912 lleva un sugerente título “Así
cantando y bailando, chichita me voy ganando”.
Este
dístico escogido por Boggio para fijar uno de los tantos momentos psicológicos
del quebradeño no ha sido tomado caprichosamente.
Cuando el
cancionero de Jujuy estaba lejos de aparecer en voluminosos infolios y de llamar
la atención de los tradicionalistas por su enorme contenido folklórico, el
maestro se adelantó en la valoración de la lírica popular, al bautizar su tela
con esos dos versos de la copla: “Así cantando y bailando, chichita me estoy
ganando”.
El valor
estético del cuadro es indiscutible. Al detenernos frente a él admiramos y
sentimos la honda belleza de su concepción pictórica. Detrás de la apagada gama
cromática, que es la manera más acusada del pincel de Boggio, aflora un modo
nuevo de mirar al hombre y a la tierra de América.
Este cuadro
señala un rumbo y marca una etapa en la historia del arte argentino.
A Pompeo
Boggio y a José Antonio Terry se les debe el descubrimiento del paisaje y el
tipo de la Quebrada de Humahuaca y de la Puna jujeña.
Sobre esa
ruta del Norte –descontada la iconografía religiosa, por ser de otro carácter y
de otro instante- no existe ningún antecedente histórico que vaya en contra de
esta afirmación rotunda; a ellos les pertenece incuestionablemente ese
descubrimiento plástico.
En una
época de búsquedas, al dar con el actor y la escena, Boggio y Terry hicieron
con el color lo que Juan Carlos Dávalos con el verso y Fausto Burgos con la
prosa.
Boggio
tenía para todo un profundo sentido apreciativo. No gustaba de los colores
pálidos ni de los contrastes bruscos; de ahí que sus telas pintadas más para la
sublimación del espíritu que para el solaz de los ojos, pasen casi inadvertidas
en un ambiente de iluminación escasa.
Sus cuadros
de la Quebrada son doblemente bellos porque a la belleza inmediata objetiva se
agrega aquella otra extraña donosura que surge de la apagada tonalidad de su
estilo hasta no saber uno si es virtuosismo académico, armonía, cromática, o es
la esencia del paisaje mismo transustanciado en nosotros.
Boggio fue
uno de nuestros pintores mejor dotados para adentrarse en el alma de todo lo
vernáculo. Solo Bermúdez puede competir con él en el deslizamiento hacia las
profundidades de la Tierra. Toda su obra está asentada sobre una sólida base
tradicional.
Boggio no
fue al norte en procura de lo pintoresco o de lo meramente exótico. Se
maravilló con la diafanidad de los cielos con la albura de las cumbres y la
policromía de las montañas; pero su pincel apuntó más lejos porque sobre Boggio
pesaba una bien aprovechada cultura humanística.
Ahí donde
todo ese subyugante conjunto de elementos: aire, roca, cumbre, viento, nube,
hubieran encendido de entusiasmo la paleta de cualquier artista, él se detuvo
para captar el sentido trascendente de un pueblo y de una raza. No se dejó
seducir por lo novedoso, ni engañar por lo superficial. Cavó hondo, con sede de
gloria y sobre sus telas en ceñido resumen han quedado plásticamente reflejado
para la posteridad un momento espiritual de la Quebrada de Humahuaca.
Periódico “La
Razón”, Chivilcoy, domingo 16 de setiembre de 1945