jueves, 19 de septiembre de 2019

UN PINTOR DE LA QUEBRADA DE HUMAHUACA


POMPEO BOGGIO, PINTOR DE LA QUEBRADA DE HUMAHUACA
Por Domingo Zerpa
Un pintor: Pompeo Boggio es el que mejor se ha acercado al paisaje de Humahuaca.
Una de sus más célebres telas premiada en California en 1912 lleva un sugerente título “Así cantando y bailando, chichita me voy ganando”.
Este dístico escogido por Boggio para fijar uno de los tantos momentos psicológicos del quebradeño no ha sido tomado caprichosamente.


Cuando el cancionero de Jujuy estaba lejos de aparecer en voluminosos infolios y de llamar la atención de los tradicionalistas por su enorme contenido folklórico, el maestro se adelantó en la valoración de la lírica popular, al bautizar su tela con esos dos versos de la copla: “Así cantando y bailando, chichita me estoy ganando”.
El valor estético del cuadro es indiscutible. Al detenernos frente a él admiramos y sentimos la honda belleza de su concepción pictórica. Detrás de la apagada gama cromática, que es la manera más acusada del pincel de Boggio, aflora un modo nuevo de mirar al hombre y a la tierra de América.
Este cuadro señala un rumbo y marca una etapa en la historia del arte argentino.
A Pompeo Boggio y a José Antonio Terry se les debe el descubrimiento del paisaje y el tipo de la Quebrada de Humahuaca y de la Puna jujeña.
Sobre esa ruta del Norte –descontada la iconografía religiosa, por ser de otro carácter y de otro instante- no existe ningún antecedente histórico que vaya en contra de esta afirmación rotunda; a ellos les pertenece incuestionablemente ese descubrimiento plástico.
En una época de búsquedas, al dar con el actor y la escena, Boggio y Terry hicieron con el color lo que Juan Carlos Dávalos con el verso y Fausto Burgos con la prosa.
Boggio tenía para todo un profundo sentido apreciativo. No gustaba de los colores pálidos ni de los contrastes bruscos; de ahí que sus telas pintadas más para la sublimación del espíritu que para el solaz de los ojos, pasen casi inadvertidas en un ambiente de iluminación escasa.
Sus cuadros de la Quebrada son doblemente bellos porque a la belleza inmediata objetiva se agrega aquella otra extraña donosura que surge de la apagada tonalidad de su estilo hasta no saber uno si es virtuosismo académico, armonía, cromática, o es la esencia del paisaje mismo transustanciado en nosotros.
Boggio fue uno de nuestros pintores mejor dotados para adentrarse en el alma de todo lo vernáculo. Solo Bermúdez puede competir con él en el deslizamiento hacia las profundidades de la Tierra. Toda su obra está asentada sobre una sólida base tradicional.
Boggio no fue al norte en procura de lo pintoresco o de lo meramente exótico. Se maravilló con la diafanidad de los cielos con la albura de las cumbres y la policromía de las montañas; pero su pincel apuntó más lejos porque sobre Boggio pesaba una bien aprovechada cultura humanística.
Ahí donde todo ese subyugante conjunto de elementos: aire, roca, cumbre, viento, nube, hubieran encendido de entusiasmo la paleta de cualquier artista, él se detuvo para captar el sentido trascendente de un pueblo y de una raza. No se dejó seducir por lo novedoso, ni engañar por lo superficial. Cavó hondo, con sede de gloria y sobre sus telas en ceñido resumen han quedado plásticamente reflejado para la posteridad un momento espiritual de la Quebrada de Humahuaca.

Periódico “La Razón”, Chivilcoy, domingo 16 de setiembre de 1945